La madremonte
La madremonte
robusta, alta, con sombrero vistoso, adornada con plumas y vestida toda de verde. Sus iras y persecuciones son terribles.

Cualquier bosquecito se presenta como una inmensa y enmarañada montaña, sin senda ni salida, por donde el perdido empieza a trasegar arañandose, rompiéndose la ropa y sufriendo toda clase de percances.
Cuando, pasado el conjuro, ve que sólo ha sido en un pequeño bosque en el que se ha perdido y destrozado, no deja de exclamar:
–Eso jue esa vieja yerbatera e la Madremonte que hizo esta jugada.
La imagen o figura de la Madremonte muy pocos la han visto, y aquellos que la han llegado a ver, es sólo por un instante y mientras no estén bajo su influencia.
Por lo regular, la víctima que esté bajo los efectos de los ataques de la Madremonte, no la ve, sólo siente ese extraño sopor y divagación que lo hace fracasar; se puede decir que este mito de los montes huye de las miradas humanas.
Para librarse uno de las acometidas de la Madremonte es conveniente ir fumando un tabaco o con un bejuco de adorote o carare amarrado a la cintura.
Es también conveniente llevar pepas de covalonga en el bolsillo o una vara recién cortada de cordoncillo, de chicalá o guayacán, a guisa de bordón; sirve así mismo, para el caso portar escapularios y medallas benditas o ir rezando la oración a San Isidro Labrador, abogado de los montes y de los aserríos.
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